viernes, 26 de agosto de 2016

Humiliores y Honestores en Roma

La sociedad romana se caracterizó por una desigualdad social brutal entre ricos y pobres. La revista "Arqueología e Historia" de Desperta Ferro, nos da cuenta de ambos polos sociales en las publicaciones veraniegas: En su número 8, -el de agosto/septiembre del presente año-, sobre las clases altas y en su homónimo del pasado verano -el número 2-, de los bajos fondos de Roma.

Así, en el número 2 se recogen aportaciones sobre la inseguridad en las calles de Roma, sobre las que Juvenal dijera, que eran peligrosas incluso de día y que, según nos cuenta la literatura romana en no pocas ocasiones, estaban plagadas de redes criminales bastante bien organizadas.
Los ciudadanos de hecho, para protegerse, procuraban tener sus ventanas lo más altas posibles o barrotes en las mismas y si es archiconocida la frase: "cave canem", es precisamente por la presencia de perros guardianes en las casas potentadas o almacenes. Los ricos, asimismo, solían llevar escolta -frecuentemente utilizaban a sus gladiadores como guadaespaldas- y la legítima defensa estaba garantizada.

La llegada al poder de Augusto, supuso un notable cambio con respecto a la época republicana, al introducir soldados urbanos que garantizaban un cierto orden, especialmente en Roma -pretorianos y cohortes, amén de una fuerza paramilitar, los vigiles-.
Parece ser empero, que estas fuerzas del orden no atendían a crímenes menores, centrándose en grandes disturbios y en la prevención de hechos criminales, aunque dejando a criterio de los implicados esos asuntos, supusiera finalmente, propiciar que se engrosara la lista de crímenes.
Los castigos dependían del estatus y la seriedad del caso: los crímenes importantes podían resolverse crucificando al criminal, quemándolo vivo, despeñándolo por la Roca Tarpeya, entregándolo a las bestias durante los juegos gladiatorios o metiéndolo en un saco que se arrojara al río (castigo especial para los parricidas). Las ejecuciones en privado por estrangulamiento, decapitación, inanición o desatención, se reservaban para los ciudadanos de clase alta. 

Las clases más modestas de Roma se solían servir frecuentemente de los altercados públicos como protestas violentas, disturbios, amenazas físicas o verbales o actos intimidatorios, para conseguir alzar su voz más allá de las fórmulas de votación; Aunque no sólo los asuntos políticos que implicaban comicios o la promulgación de leyes, escasez de alimentos o alto precio de los mismos, deudas o tributos, etc. eran motivos de estos. También el divorcio del emperador de una mujer que gozara de la simpatía pública, podía ser origen de los mismos.

Los desórdenes públicos podían de igual modo, generarse tras la asistencia a espectáculos en los que se desataban los instintos y pasiones más primarios, no sólo por el espectáculo en sí, sino también por la gran cantidad de congregados en cada evento -clasificados por escala social-, que viéndose como una masa nutrida que garantizara el anonimato de sus protestas, clamara por la falta de grano en particular o el hambre en general.

El barrio que en la literatura antigua se nos ha revelado como sinónimo de lugar peligroso y enclave depravado por excelencia, es el de la Suburra, donde proliferaba la delincuencia y la prostitución; Pero parece ser que que más que un "bajo fondo absoluto", fue un barrio muy estigmatizado, ya que contara también con residencias aristocráticas. De igual modo, la prostitución aunque estaba mal considerada, estaba regulada y muy extendida, pudiendo generar notable riqueza, pero normalmente, las prostitutas integraban la escala más baja de la pirámide social.

Como contrapartida, el número 8 de "Arqueología e Historia" de Desperta Ferro, nos traslada a la vida de aristócratas y nuevos ricos, bajo el título: "Ricos en Roma".

Al imaginar el lujo en Roma, inmediatamente nos vienen a la mente los famosos banquetes, que en efecto, exhibían la opulencia y el refinamiento de la clase alta. Si bien se legisló para evitar manifestaciones excesivas del lujo, se le daba rienda suelta en los banquetes asociados a los ludi.
La influencia griega influyó notablemente en los banquetes, introduciéndose en torno a finales del S.III a.C. el uso de lechos para comer recostados -que en un primer momento, estaban reservados sólo para los hombres, mientras que las mujeres comían sentadas- y aumentando considerablemente la cantidad de manjares, así como su sofisticación.


Los jardines decorados con fuentes, estatuas y edículos -los Horti Luculliani- pasaron a ser otro símbolo de riqueza en las residencias privadas, tras la incorporación de esta moda oriental por parte de Lucio Licinio Lúculo, conquistador de Asia. Y por supuesto, los objetos de la casa, desde las estatuas a la vajilla, -amén de la utilización de mármoles en su arquitectura-, cobraban gran importancia -hasta el punto de sacrificar a un esclavo si rompía un vaso de cristal, por citar un ejemplo-.


Al respecto de la riqueza, si de alguien en la antigua Roma tenemos constancia de su posicionamiento, es de Cicerón, quien abordó cuál sería la posición más correcta frente la misma. Afirmaba que era necesario huir de la avaricia -que curiosamente él sí ostentaba-, pues es muestra de ruindad y defendía la existencia de diferentes clases sociales, abogando por su aceptación como desigualdad natural, por lo que se opuso siempre a la mitigación de las desigualdades -para muchos, clave a posteriori del declive del Imperio Romano-.
Entre las contradicciones de Cicerón, destaca cómo abogaba por no vanagloriarse de la riqueza que se poseía, cuando paradójicamente, adquirió una lujosa vivienda en el Palatino - el barrio más elegante de la ciudad de Roma, donde habitaban la mayoría de las familias importantes-.

Con el auge de Roma, tras cada conquista, el afán de impresionar del mundo romano se hizo cada vez más evidente, dadas las ingentes cantidades de dinero de los botines y de la venta de miles de esclavos a traficantes; Así, la década de los 180 a.C. fue muy significativa. Tras la victoria sobre los gálatas y sobre el rey Antíoco de Siria, la ciudad se vio colmada de riquezas, contraviniendo así la austeridad inherente a sus antepasados -el sagrado mos maiorum-.
Artistas, técnicos, médicos y pensadores de los diferentes reinos helenísticos, fueron llegando a Roma en los séquitos de los magistrados romanos. También rehenes políticos, que junto con artistas griegos de prestigio, fueron huéspedes de grandes familias, aunque a su mayoría se les trató como esclavos. Y es que si algo agradaba a los romanos, era tener esclavos, cuantos más mejor, para que su vida fuese lo más cómoda posible y en algunos casos, coronándolo de puro fetichismo, al llegar a pagar enormes sumas por esclavos exóticos -como fue el caso de Marco Antonio-.

Con las obras de los emigrantes helénicos se dio paso a un nuevo concepto de Roma: El de Ciudad Monumental. El primer templo de mármol se construyó en el 146 a.C.
Y las élites urbanas, siguiendo el ejemplo de los hombres de negocios romanos, no tardarían en apuntarse a la fiebre constructora, por lo que la actividad de los grandes talleres helenísticos se trasladó de la propia Roma a localidades de su entorno tales como Ostia, Terracina, Fregellae, Praeneste o Tibur, donde se empezaron a edificar santuarios enormes a divinidades tradicionales como Hércules o Fortuna.
Por otra parte, también producto de las influencias asiática y helena, las villae romanas pasaron a ser símbolo de suntuosidad, poniendo de moda lo que hoy se conoce como "segunda residencia" y que se convirtiera con el transcurrir de los siglos, en el último bastión de la época más dorada de Roma, cuando iniciara su terrible declive.

Sin duda el fin de las grandes guerras con la Pax Romana de Augusto, supuso un empujón definitivo a la oda a la construcción: Los miembros de las élites de colonias y municipios, se encargarían de hacer levantar templos, enlosar las calles, trazar nuevos acueductos y puentes, etc, y por supuesto, siempre dejando constancia escrita de su protagonismo.

Pese a que en los textos literarios la figura del prestamista suele reflejarse de una forma negativa, la cultura de la deuda estuvo muy arraigada en Roma: El propio Julio César lo fue, facilitando créditos a través de agentes y financieros. Uno de sus clientes, fue Cicerón.
Con Augusto llegó también una importante reforma administrativa y financiera, acuñando más moneda que nunca y generando impuestos indirectos, con los que poder pagar al ejército ya profesionalizado.
En cualquier caso, los romanos destacaron en todo momento como grandes innovadores también en el ámbito económico, formulando constantemente soluciones a los problemas de la deuda privada.

Así, el mandato del Prínceps, fue significativo no sólo por la famosa Pax Romana, sino también por la introducción de reformas económico-sociales, la creación de cuerpos de seguridad, la proliferación de las construcciones arquitectónicas y artísticas de calidad y por supuesto, por su fórmula de mandato Imperial.




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