Decio Rufino y Publio Emilio Camilo, viajan a través
del tiempo para contarnos sus anécdotas, no sólo en "Publio y el país de
las cataratas" de Anastassia Espinel Souares, sino también en por ejemplo, el grupo de facebook:
Romaníacos.
A raíz de varios artículos sobre el sexo en la Antigua
Roma, es Decio Rufino quien se ha acercado en esta ocasión a Sedetania, tras
afirmar que prefería a las mujeres germanas o celtas que a las romanas y esto
es lo que ha dado de sí nuestra conversación:
Decio Rufino (D.R.) : Bueno, los centuriones como yo manejamos
mejor la espada que la pluma... pero te puedo contar algunos detalles, si te
gustaría...
Sedetania (S): ¡Sea!
D.R: ¿Qué te parece una fogosidad pelirroja como
ésta?
S: Cómo son físicamente las mujeres de dichos pueblos,
nos hacemos a la idea: Queremos detalles, chismes, ya sabes.
D.R: Bueno, en cuanto a ésta, Aife, la joven
guerrera helveta, no puedo decir que nuestro encuentro ha sido muy pacífico
sino todo lo contrario. Se me lanzó encima como una furia, espada en la mano,
así como la ves, sin armadura, provocándome con su desnudez... sin duda, hubiera
podido impresionar así a algún novato o a alguien como nuestro tribuno Publio
Emilio Camilo, pero no a mí, pues le respondí con mi gladius ... inmediatamente
y de forma casi mortal.
S: Tiene mérito: ¿Y ha sido la mujer más bella que te
ha plantado combate?
D.R: Bueno, había otras, algunas igual de bellas pero
la historia de ésta ha sido la más extraordinaria... ¿Quieres que prosiga?
S: Es más, te invito a que lo hagas
D.R : (...) me irrita sobremanera el maquillaje con
que se cubren estos guerreros celtas de pies a cabeza, por lo tanto, casi
siempre trato de dirigir la punta de mi gladius justo donde más dibujos tienen.
Con esta chica ha sido lo mismo
La rajé con mi gladius justo por aquella línea de
maquillaje que surcaba su hermoso cuerpo... desde el pectoral hasta el taparrabo.
¿Te imaginas que herida tan espantosa?
S: Brutal. De hecho, lo narras tan bien, que me lo estoy imaginando.
D.R: Cuando cayó, sangrando bajo mis pies, algo dentro
de mí tembló, no sé por qué. A lo mejor ha sido por su belleza o tal vez por el
valor que se reflejaba en su rostro. No gimió, no pidió piedad... una Guerrera
con mayúsculas. Entonces, hice algo que no había hecho jamás con un enemigo
caído... retiré mi espada con sumo cuidado, sin revolverla dentro de su vientre
y sin desgarrar las entrañas... lo único que pude hacer por ella
Aunque ella no se quejaba, era evidente que sufría
terrible... Fue entonces, cuando vinieron mis amigos, el tribuno Publio (ya lo
conoces) y el otro centurión, Marcus y entre los tres decidimos llevarla con el
cirujano.
S: No me lo esperaba, aunque viendo la grandeza de esa
mujer, sin emitir quejido alguno, no me extraña vuestro gesto.
D.R: Por suerte, el cirujano logró repararla,
suturando aquel enorme desgarro que le provoqué con mi gladius.
Y nosotros tres permanecimos todo este tiempo junto a
ella... y luego, siempre veníamos a verla, mientras se recuperaba.
S: ¿Y no temísteis que una vez restablecida, os
traicionara?
En Roma, bien sabemos que la traición es la acción más
frecuente que cometemos los humanos.
D.R: En realidad, no nos importaba... Lo único que me parecía importante en aquel momento era que semejante belleza debía seguir
viviendo. Creo que estuve a punto de enamorarme pero luego descubrí que los
ojos de Aife (los ojos más bellos que jamás haya visto en mi vida) miraban
hacia otro lado...Miraban con aquel mismo amor y admiración que comenzaba a
sentir yo por aquella mujer extraordinaria...
S: ¿A Publio, tal vez?
D.R: No, Publio era demasiado joven como para gustar a
una mujer así. Miraban a Marcus, mi compañero mayor, el más valiente y experto
entre nuestros centuriones... así que no me atreví a rivalizar con él y preferí
dejarles camino libre.
S: Te honra el gesto. ¿Qué fue de su historia de amor?
D.R: A Marcus ya le faltaba poco para su jubilación y
cuando obtuvo su missus honorífica, Aife y él se casaron. Ahora viven en su
villa en Hispania y que yo sepa, felices. Quien ve a Aife ahora, no reconocerá
en ella a la guerrera bárbara que combatí, se convirtió en una respetable dama
romana:
S: Muchísimas gracias por tu confianza, Decio Rufino.
D.R: Gracias a los dioses que detuvieron a tiempo mi
espada...
S: ¿Puedes explicarnos algo sobre ti a los Sedetanos
para que sepamos quién vivió este episodio tan morboso?
D.R: Mi nombre es Decio Rufino, tengo 36 años y pasé
casi 20 de ellos en las filas de la Legión XIII Victrix. Soy oriundo de Lacio,
de una pequeña aldea de pastores en los Montes Albanos pero, lastimosamente,
cuando tenía 12 años, mis padres y casi todos mis hermanos, salvo el más pequeño,
murieron víctimas de una peste. Como el año anterior a aquel desastre mi padre
se había endeudado mucho, nos quitaron nuestra casa por lo que los dos niños
sobrevivientes tuvimos que trasladarnos a Roma con un tío segundo.
Era dueño de una taberna en la parte más sucia de la Suburra, la zona de
lupanares y negocios dudosos... ¿Te imaginas qué sitio era para criar a un par
de chicos? Por eso me convertí en lo que soy... Mi tío (aunque la lengua se me
traba de llamarlo así), nos exigió la paga por el alojamiento y comida así que
tuve que ganar mi propio dinero en las calles de Roma... creo que te imaginas
de qué modo.
S: Dura tu vida, desde luego; Y aún así, eres un soldado con gran corazón.
Dime con qué foto quieres que te presente a los
Sedetanos y a los que visiten Sedetania.
D.R: Claro, nunca he sido un niñito patricio bien cuidado,
a diferencia de mi amigo el tribuno.
Así como aparezco en Facebook, centurión primus
posterior de la XIII Victrix, amigo del tribuno Publio.
S: ¿Se corrió la voz entre los pueblos enemigos de que
les perdonábais la vida a las mujeres que se enfrentaban a vosotros?
D.R: En realidad, no lo sé. Luego, nuestra legión fue
trasladada a Limes Germanicum y no me he vuelto a enfrentar con mujeres, gracias
a los dioses. Prefiero enfrantarme con ellas en el campo de Venus, no en el de Marte,
jajajajajaja
S: ¿Cuál es la batalla más dura que librásteis en esas
tierras?
D.R: Te cuento que la peor batalla en mi vida ha sido
la primera, a los 16 años, porque era contra mis conciudadanos romanos: La
Batalla de Actium.
S: Terrible dicha batalla. Eso no hay pueblo germánico
que lo supere ni aún teniendo en cuenta que fueron muchos los romanos que
emparentaron con germánicas...
D.R.: Hasta ahora me pregunto cómo pude sobrevivirla
yo, en aquel entonces, un muchacho de 16 años. Sí, por ejemplo, nuestro tribuno
Publio Emilio Camilo. Por eso en su presencia ningún soldado se atreve a hablar
mal de los germanos
Sí, hasta ahora me pregunto cómo pude sobrevivirla yo,
en aquel entonces, un muchacho de 16 años
S: Los dioses te tenían reservadas muchas batallas... ¿Cuál crees que ha sido tu aportación más importante a
Roma, por la que los dioses te premiaron con tu supervivencia a semejante
prueba de fuego a tan temprana edad?
D.R: Después viví Pelusium y Alejandría... fue allá
donde conocí al padre de mi tribuno, al honorable señor Marco Emilio Camilo...
Ha sido uno de los partidarios más fieles de Marco Antonio y yo formaba parte
de la escolta encargada de custodiarlo, para que no intentara seguir el ejemplo
de su desafortunado jefe y quitarse la vida. Yo era el más joven de los
escoltas así que traté de hacer su reclusión más soportable... creo que esto
es lo mejor que he hecho en mi vida... hasta cierto momento
S: Sin duda una situación muy difícil de llevar con
tan alta determinación para un muchacho tan joven.
D.R: Bueno, ahora, tantos años después, pienso que los
dioses han tenido para mí sus propios planes.
S: Por último: ¿Durante vuestra estancia en Egipto,
los dioses hicieron buenos planes para los soldados de Marco Antonio con las
egipcias?
D.R.: Eso creo. Aunque muy pronto nuestra legión fue
trasladada más al sur, a Nubia, donde luego sobrevino una nueva guerra...
precisamente de la que habla mi tribuno en su diario
S: Muchísimas gracias por concedernos esta
aproximación a los aspectos menos conocidos de vuestras andanzas, parte
igualmente de la historia de Roma.
D.R: Gracias a ti por el interés por mi humilde
persona.
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