miércoles, 30 de noviembre de 2016

Centurito Tiberín, Marcvs y Mesalina, siguiendo los pasos de Blythe

Los muñecos han dejado de ser objetos, cuya exhibición en público está limitada a las manitas de los más pequeños. Cierto es que nunca ha habido ninguna ley al respecto, pero sí la típica regla de comportamiento, que en lugar alguno consta pero de todos es sabida, de que los juguetes eran cosa de niños.

Con el triunfo definitivo del coleccionismo, pregonar a los cuatro vientos el amor por los juguetes -no sólo de antaño sino también contemporáneos-, ha abierto una nueva posibilidad tanto para salvar de la desaparición a objetos de nuestra infancia, como para la proliferación de nuevos, que hagan las delicias de grandes y pequeños.


Una de las muñecas que no sólo ha conseguido sobrevivir, -pese a su estrepitoso fracaso en el mercado, en los 70-, sino que se ha convertido en una muñeca deseada en nuestros días, ha sido la muñeca Blythe. A la fotógrafa Gina Garan, le regalaron una, -30 años después de que el modelo como decíamos, no gozara precisamente de gran aceptación popular-, y sin embargo, haciendo de ella la protagonista de un reportaje fotográfico, consiguió lanzarla al estrellato.

El Blog de Lupi: "Blythe en Roma".



Actualmente, en las redes sociales, nos encontramos también con algunos muñecos, que acompañan a grupos recreacionistas y bloguers, dotando a las imágenes sobre las actividades que publican, de una simpática nota de color.





Nos centramos en tres de ellos: La Nancy Romana de Saguntum Civitas, Centurito Tiberín -que viaja con Hispania Romana y Evocati- y por supuesto, Marcvs Antonivs Saldvie, el muñeco americano adoptado por Sedetania.


Nancy Mesalina presidiendo las actividades de Saguntum Civitas.
La asociación valenciana Saguntum Civitas, luce un vestuario realmente elegante en todas sus apariciones, gracias al estupendo saber hacer de uno de sus miembros, Isabel; A su imagen y semejanza, los valencianos visten también a una reedición de la emblemática Nancy de Famosa, bautizada por su mentora -Julia- como Nancy Mesalina

Concha Velasco posando con Nancy Mesalina el pasado verano, en el Teatro Romano de Sagunto.


Centurito Tiberín goza hasta de perfil de Facebook, en el que dos unidades de este simpático muñeco de Muñecas Berenguer de los 70, disfrutan de las visitas a lugares emblemáticos que nos brinda 
nuestro pasado romano. 


Centurito Tiberín en Numancia.
Centurito Tiberín y su gemelo, Polibión, "amigos de la legión", cómo les presenta Adolfo, su mentor... visitando Segovia.



Centurito Tiberín en Renieblas, junto con el scutum de uno de sus mayores.


Y por supuesto, nuestro Marcvs Antonivs Saldvie, hace lo propio: El muñeco fue creado por la empresa norteamericana Madame Alexander, en el marco de una colección de personajes históricos. Decidimos conservar el nombre original: Marco Antonio, y añadirle el apellido de la ciudad de Sedetania en la que nació la autora de este blog: Saldvie.

Marcvs Antonivs Saldvie visitando el Teatro Romano de Sagunto junto a Mesalina.
Marcvs junto a la estatua del S.XX en homenaje a Augusto, ubicada en el centro de la capital maña.

Marcvs junto a los restos de la Muralla Romana de Caesar Augusta.




viernes, 11 de noviembre de 2016

Visita al Museo Egipcio de Barcelona en clave romana

22 años lleva el Museo Egipcio de Barcelona, acercándonos a la cultura más longeva de Occidente.


Gracias a la Fundación Arqueológica Clos, la Ciudad Condal puede disfrutar de piezas adquiridas en subastas, que conforman una interesante ventana al Egipto Antiguo; Aunque también de cursos, visitas teatralizadas y en definitiva, de todo un aliciente que alimenta inquietudes y favorece así, que poco a poco, los estudios sobre Egiptología, vayan ganando peso en la oferta cultural catalana.

lunes, 7 de noviembre de 2016

El acueducto romano de Barcino en Ca l'Ardiaca / Casa del Arcediano

En la Casa del Arcediano -Ca l'Ardiaca en catalán-, se conservan junto a un trozo de muralla romana, arcadas de uno de los dos acueductos romanos de la ciudad, pilares y canalización subterránea.

jueves, 3 de noviembre de 2016

La Historia de la Magia, en un juego de toda la vida: Magia Borrás


Vivimos obviamente rodeados de referencias al mundo antiguo, como sus herederos que somos, pero no siempre tenemos presente, la historia del origen y evolución de cada uno de los objetos, con los que estamos familiarizados. Sería realmente farragoso y exagerado, encontrar en cada pieza de nuestra rutina, la referencia histórica pertinente; Precisamente porque esto no ocurre, la sonrisa que proporciona la sorpresa de encontrar una breve documentación al respecto, en uno de esos objetos, es mayúscula.

miércoles, 26 de octubre de 2016

"Gladius, el arma de Roma", por Dany Cuadrado Morales.



A lo largo de la antigüedad clásica muchas armas se hicieron famosas por dominar durante un tiempo los campos de batalla, como las sarisas macedonias, empleadas por los ejércitos de Filipo y Alejandro, o por lo terribles que eran usadas en las manos adecuadas, como la falcata íbera. Sin embargo, todas ellas quedaron eclipsadas por un arma que estuvo llamada a controlar tierras tan dispares como las brumas de Britania o los desiertos de Partia, dominando durante muchos siglos los gigantescos territorios controlados por Roma. Y ese arma no es otra que el archiconocido gladio o gladius. 

En la época romana el término gladius se utilizaba para designar comúnmente a las espadas, pero hoy día ha evolucionado hasta designar únicamente al tipo de espada utilizada por las legiones romanas. Catalogada como la mejor espada que nunca se haya fabricado y atendiendo a sus capacidades tácticas y al número de víctimas que causó en su historia, se podría decir sin temor a equivocarnos que el gladio fue capaz de conquistar un imperio.

El origen de la célebre espada romana hay que buscarlo en las armas que portaban los guerreros íberos que combatían a las órdenes de Aníbal contra las legiones de la República. Los romanos eran muy prácticos y no dudaban en copiar aquéllas cosas que podían serles de utilidad. De los barcos cartagineses desarrollaron sus propias flotas y un sinfín de dioses llenaban su panteón, algunos propios y otros “adoptados” como suyos. En el ámbito militar hicieron lo mismo, por ejemplo, la jabalina romana por antonomasia, el pilum, fue copiado y adaptado de un anterior diseño etrusco. Con el gladio pasaría igual. Fue durante las guerras púnicas cuando los legionarios se toparon con que los íberos empuñaban unas armas de una calidad excepcional y que causaban estragos en las filas romanas. Las heridas eran tales que sentían terror a enfrentarse a los íberos. ¿Por qué los romanos no podían utilizar esas mismas armas contra sus enemigos? Había varios tipos de espada íbera, entre ellas un arma corta y con la empuñadura con forma de antenas, que fue la que los romanos usaron como modelo para desarrollar su gladio.

Hoy en día se conocen distintas variaciones del arma, y todas ellas descienden del original gladius hispaniensis, cuya hoja se estrechaba ligeramente en el centro.
Un gladio puramente romano, como la versión conocida como pompeii, tenía una hoja de doble filo y una longitud de unos 50-60cm y una anchura de unos cinco centímetros. La empuñadura de madera solía tener una pequeña pieza de metal en la unión con la hoja para evitar que un golpe enemigo atravesase la madera. El mango se adaptaba a la forma de los dedos y el pomo servía para evitar que la espada saliese despedida de la mano del legionario al golpear fuertemente. El gladio estaba fabricado con materiales de excelente calidad, era un arma más pesada que sus antecesoras, pero mucho más eficaz.
Esta espada se adaptaba perfectamente al modo romano de combatir. Su tamaño y versatilidad la convertían en el arma idónea de todo legionario. Protegidos por sus escudos formando un muro impenetrable del que asomaban las puntas de los gladios, los legionarios sabían perfectamente en qué zona del cuerpo de sus enemigos debían clavar las espadas para causar la muerte. La precisión de los romanos y la mortalidad del gladio ha permitido identificar en algunos restos humanos encontrados, qué enemigos fueron abatidos por las armas legionarias y cuáles no. A pesar de ser una espada pensada para el ataque frontal, para apuñalar al rival, también era válida en el combate de corte.
Con la decadencia del Imperio, el gladio perdió su puesto hegemónico, junto con el pilum, y ambas armas fueron sustituidas por una espada más larga, la spatha, usada antes sólo por la caballería, en el caso del primero, y una sencilla lanza, en el caso del segundo.

Sin embargo, la espada por excelencia de las legiones romanas, ha sido siempre el gladio y así ha llegado hasta nuestros días. 

domingo, 16 de octubre de 2016

Iulia Libica, la huella romana en los Pirineos

En época de Augusto, se transformó el núcleo de la Cerdanya, datándose el abandono de los yacimientos ceretanos en torno al año 40 a.C. Poco después sería fundada Iulia Libica, -la actual Llívia-, pieza clave para organizar y asimilar el pueblo ceretano a Roma. 
Los romanos aprovecharon los poblados ceretanos para controlar el río Segre, cohabitando con la población autóctona, implantando sus técnicas e introduciendo nuevos productos en la zona.



Los vestigios romanos más destacables que se han descubierto en la población, pertenecen a la época comprendida entre el S.I a.C. y el S.II d.C. y son el Foro -el primero hallado en los Pirineos-, la Domus de la calle dels Forns, una posible villa romana del Camí Ral, una extensa necrópolis y una tumba tardorromana.


El fórum de Iulia Libica. Los primeros hallazgos (1997-2003):
Entre el 1997 y el 2003 se descubrió aquí el yacimiento de la zona A de les Colomines, parte de un gran edificio de planta rectangular y gran calidad constructiva, donde todas las estructuras continúan por debajo del nivel de la calle, en dirección a la iglesia.
En el extremo norte hay cuatro habitaciones, y delante un espacio porticado con un peristilo y las bases de cinco columnas.
A este lugar se accede por una entrada en el muro oriental. Cerca de ésta, una pared se extiende hacia el este mercando una ampliación del edificio.
El estudio de la cerámica hace pensar que el edificio se construyó en el siglo I d.C., coincidiendo con el momento de la fundación de Iulia Libica. En este sentido, destaca la recuperación de monedas de César, Tiberio y Claudio en el interior del complejo.
La cronología inicial de los otros yacimientos excavados en Llívia en la época de Augusto hace plantear la hipótesis muy probable de su datación en esta época y también en el momento de fundación de la ciudad.
El hallazgo de un fragmento de estatua de mármol, de una inscripción epigráfica y de diferentes mármoles de importación eran factores añadidos a la monumentalidad del conjunto. Por eso desde el primero momento se consideró su posible relación con el fórum de la ciudad romana de Iulia Libica.



La hipótesis del Fórum:
El paralelo más cercano al posible recinto público de Iulia Libica es el fórum de Ruscino (Perpinyà), que sirvió en el 2012 para elaborar una posible hipótesis restitutiva de este edificio de Llívia.
Otros edificios existentes en la Tarraconesa y Narbonesa en época de Augusto que se acercan tipológicamente son Labitolosa (Huesca) y Lugdunum Convenarum, en el sur de Francia, ambos situados en el área pre-pirenaica.









La localidad de Llívia, se encuentra actualmente en territorio francés, pese a ser parte del pirineo catalán y por consiguiente, es española; Esto es así, porque siglos después de la caída del Imperio Romano, este municipio siguió siendo particular, al ser considerado por Carlos V como villa, y por tanto, quedando bajo el dominio del rey español, sin que le afectara el Tratado de los Pirineos de 1659.



domingo, 25 de septiembre de 2016

"Centurio" aterriza en España el miércoles 28. Su autor, habla de su obra en Sedetania.

Pronto estará a la venta en español el último libro de Massimiliano Colombo: Centurio”, una novela ambientada en Hispania y publicada por Ediciones B. Es su cuarto libro traducido al español.

Ci  sarà presto in vendita in spagnolo lultimo libro di Massimiliano Colombo: Centurio”, un romanzo ambientato in Hispania e pubblicato da edizioni B. E’ il suo quarto libro tradotto allo spagnolo.


viernes, 23 de septiembre de 2016

"En las últimas horas del Princeps", por Dany Cuadrado Morales

Qué mejor manera que culminar un día tan importante como hoy, en el que Augusto llegara a este mundo, que un recuerdo resumido, a caballo entre lo novelesco y lo histórico, de lo que dio de sí su vida.
Estupendo artículo-relato de Dany Cuadrado Morales, para Sedetania, en la efeméride del nacimiento del Primer Emperador Romano.


Nola, Italia, 14 d. C.



El destino que nos está reservado a veces es un misterio. Un día nos encontramos en la cima del mundo, después de haber vencido todo tipo de obstáculos y superado las batallas más arduas, y al día siguiente nos vemos viejos, agotados por la edad o la enfermedad, y nos aferramos a ese pasado que creemos glorioso con la esperanza de vivir en él. Pero no puede ser. Nunca se es tan libre como cuando se está a punto de morir. Es en ese momento, cuando nos vemos al final del camino, cuando vemos que nada de lo hecho nos sirve para liberarnos del abrazo de la muerte. No importa cuán poderosos seamos, no importa si somos ricos o el más insignificante pobre. La Parca no distingue proezas de maldades. Sólo somos simples mortales que desfilan con brevedad por los siglos de la historia. Es solamente al final de todo cuando nos quitamos la máscara y nos mostramos al mundo tal como verdaderamente somos. Encontramos multitud de mentiras y medias verdades, pero solamente hay una verdad que está por encima de todo, ninguna tragedia es eterna, ningún amor dura para siempre, pues la única certeza que podemos afirmar con seguridad es que vivimos para morir.
Una reflexión similar surcaba la mente del princeps. El hombre más poderoso del mundo yacía ahora en un camastro con la respiración entrecortada y con el sudor que la fiebre producía perlando su frente.
Augusto sabía que su hora estaba muy próxima, sus años de juventud habían pasado hacía largo tiempo y de su otrora vitalidad no quedaba más que el recuerdo. Los músculos que antaño sostenían la espada y el escudo para combatir al servicio de Roma ahora apenas podían sostenerle. Su rostro, antes bello, estaba surcado de arrugas y pálido como el mármol de las estatuas.

En ese momento la mente del princeps repasaba cada uno de los sucesos de su vida, una vida repleta de intrigas, batallas y traiciones. Una vida digna de alguien que, como él mismo decía, encontró una Roma de ladrillos y la dejaba ahora de mármol. Su carrera política caminó paralela a su brillante carrera militar. Se hizo con el control de Roma tras vencer a Cleopatra y Marco Antonio en la batalla del cabo de Actium y desde ese lejano día no dejó de cosechar victorias. Sometió a los cántabros y astures tras una larga guerra que concluyó con el dominio total de Hispania.

Cerró los ojos, sus pensamientos se agolpaban en su mente y él trataba de ordenarlos de forma que tuvieran sentido mientras se sabía rodeado de todos sus amigos y familiares. A sus setenta y cinco años había hecho y visto de todo. Dedicó un pensamiento a sus padres, como si fuera el inicio de una larga historia. El hombre que yacía en un camastro con el nombre de Augusto nació con el nombre de Cayo Octavio Turino, hijo de un hombre de mismo nombre y de una mujer llamada Acia, sobrina del divino Julio César. Sin embargo los recuerdos que el princeps conservaba de esos años eran difusos y la mayoría eran sobre su abuela Julia, la persona que se encargó de su educación cuando era un infante. Al morir Julia, fue él el que pronunció el discurso funerario. Sólo tenía doce años. Augusto trató de sonreír al recordar aquel día: ¡Qué lejos quedaba todo aquello!

Los años que siguieron a aquello fueron extraños para él, que comenzó a ocupar algunos cargos públicos, siempre sin tener la edad requerida. Organizó unos fantásticos juegos en el templo de Venus Genitrix y en aquel tiempo le pareció lo más importante que había hecho en su vida. No podía saber todo lo que viviría después.
El punto de inflexión en su vida fue su nombramiento como heredero de César. Ni siquiera él lo pudo creer al principio. Su tío abuelo le adoptó como hijo propio y le legó buena parte de su patrimonio. La posición de César aquellos años era extraña pues gobernaba Roma prácticamente a su antojo. De modo que ahora ese joven cambió su nombre por el de Cayo Julio César Octaviano, en honor a su tío abuelo.

Tumbado en ese camastro Augusto recordó las emociones que lo embargaban. Sentimientos encontrados de felicidad y temor, pues eran muchos los que querían repartirse los despojos de César. Aunque él era alguien valiente, la sombra de una guerra civil se cernía sobre Roma y el peso de la misma recaería sobre él.
Continuó escribiendo ese libro mental que en su interior estaba repleto de imágenes de un pasado que cada vez se diluía más...estaba cansado y quería dormir, pero presentía que la próxima vez que lo hiciese ya nunca despertaría. Se alejó de esos pensamientos.
Pasó los primeros tiempos desde su nombramiento como heredero de César en un precario equilibrio. Era muy difícil convivir cuando personajes de la talla de Marco Antonio y Cicerón se lanzaban constantes dardos envenenados. En un principio él  apoyó al senado y a Cicerón y las cosas se pusieron tan tensas que ambos bandos se enfrentaron en la batallas del Foro de los Galos y Mutina. En ninguno de los dos combates participó pero comprendió que aquél camino llevaría a todos a la ruina.
Octaviano abandonó entonces el bando del senado y se reunió con Antonio y Lépido en Bolonia y previamente consiguió que ambos hombres dejaran de ser considerados enemigos públicos. En aquel momento le pareció algo bueno para sus propios planes. Y es que Octaviano nunca se olvidó de los que habían asesinado a su tío abuelo. Vengarse era una prioridad y le daban igual las consecuencias de sus actos.

Juventud…pensó Augusto. Suspiró. La gente que rodeaba el camastro no perdía detalle de las reacciones del princeps. Cualquier movimiento podía ser el último de su larga vida. Parecía que nadie se acordaba ya de todo aquello. Pero él sí. Lo hacía en ese justo instante.
¿Por dónde iba? Venganza. Sí, a veces parecía que la mente no quería funcionar. Se contaba a sí mismo el resumen de la historia de su vida como si no quisiera que se perdiera en el tiempo.

En Bolonia se había formado la alianza de tres de los hombres más poderosos del momento, aquel Segundo Triunvirato fue aprobado en una asamblea del pueblo. En las proscripciones que siguieron al acuerdo muchos senadores y caballeros murieron. Cicerón también. Aquello fue una pérdida grave. Cicerón fue uno de los grandes hombres de su tiempo. Se arrepentía de aquello. Antonio, Lépido y él mismo traicionaron a muchos durante las proscripciones. Pero era necesario. Al menos eso se repetía a sí mismo aquel anciano. Muchas de las propiedades y el dinero de los condenados fue a parar a manos de los triunviros y de ese modo lograron los recursos necesarios para iniciar la persecución de los asesinos de César.
Les dieron caza en Grecia, en Filipos. Recordó con viveza a aquellos dos gigantescos ejércitos romanos enfrentándose. Él delegó el mando de sus tropas en su amigo íntimo Marco Vipsanio Agripa. Una lástima que hubiera muerto ya pues había sido mucho mejor militar que él.

Tras Filipos, Octaviano se casó con Escribonia, la madre de única hija, al menos hija de verdad, Julia. También en esos años derrotó a Sexto Pompeyo, uno de los proscritos del Triunvirato, y sus disensiones con Lépido acabaron en la expulsión de éste último de la alianza de tres. Lépido perdió a su ejército y con él todos sus apoyos. Ahora Octaviano mandaba sobre todas las provincias occidentales mientras que Antonio lo hacía sobre las orientales y además parecía hallarse bajo los encantos de esa extranjera llamada Cleopatra que le llevó a repudiar a la hermana de Octaviano, Octavia. Aquel acto colmó la paciencia de Octaviano. Aún le dolía recordarlo. Su propia hermana despreciada por Cleopatra. La distancia entre los dos era insalvable y culminó en la batalla de Accio. Allí la flota de Octaviano bajo el mando de Agripa terminó por derrotar a Marco Antonio y Cleopatra, suicidándose ambos.
Ahora ya no quedaba nadie que pudiera disputarle su autoridad y Octaviano se vio con el control absoluto de la República. A decir verdad le sorprendió haber sobrevivido a unos tiempos tan difíciles y, ya que se vio con el poder absoluto al alcance de la mano, decidió aprovechar la oportunidad y hacer gala de sus dotes de persuasión. Si bien en el campo de batalla necesitase la ayuda de su amigo Agripa el terreno político lo dominaba a la perfección. Aparentó que su objetivo era restaurar la República y se mostró respetuoso con las tradiciones y los romanos le premiaron otorgándole el título de Augusto. Por tercera vez cambió de nombre y sustituyó Octaviano por el de Augusto. No lo hizo por respeto al senado, desde luego, lo que motivó ese cambio fue que bajo el nombre de Octaviano había cometido muchas atrocidades durante la guerra y durante el desempeño de sus cargos públicos. Nuevamente le vino a la mente Cicerón. Aquellos lemures, espectros de los muertos, no le dejaban en paz ni en su lecho de muerte.


Ya como Augusto emprendió un gobierno velado destinado a mejorar Roma. Reformó el sistema monetario, fundó ciudades, como Emerita Augusta [Mérida] en Hispania y construyó numerosos edificios en la capital, el Altar de la Paz, el Templo de Marte Vengador, un nuevo Foro, el Panteón de Agripa, el Pórtico de Octavia…se sentía orgulloso de todo ello. Como si con esas obras quisiera enmendar los errores de la guerras civiles. También extendió las fronteras romanas al concluir la conquista de Hispania, Recia y Nórico [hoy día Suiza, Eslovenia y Austria] e incorporar los territorios de Panonia e Iliria [hoy Hungría, Serbia, Albania y Croacia]. Al recordar todo eso le vino inevitablemente el desastre de Teutoburgo. Tres legiones completas perdidas en un bosque germano por la incompetencia del gobernador Varo. Aún reclamaba a Varo la devolución de sus legiones.

Augusto abrió los ojos y miró a los presentes, allí estaba Tiberio, al que había nombrado sucesor a falta de alguien más de su afecto, y Livia, su tercera esposa y con quien ya llevaba muchos años casado. Quizá demasiados para los dos. César Augusto sabía que le quedaban pocos instantes. 

Después de todo su vida no había estado tan mal. En aquel resumen pormenorizado que había trazado en su mente se había olvidado de muchos, pero la historia no tiene tiempo ni espacio para todos. Se preguntó si para él lo tendría. Abrió la boca para pronunciar unas débiles palabras.
- ¿He representado bien mi papel en esta comedia de vida?- preguntó.
Todos asintieron sonriendo y Augusto volvió a hablar.
- Acta est fabula, plaudite [La comedia ha terminado, aplaudid]

Esas fueron, según los historiadores romanos, las últimas palabras del primer emperador de Roma. Con César Augusto dio comienzo el Imperio Romano. Fue un político hábil, generoso con sus amigos y despiadado con sus rivales, y supo mantener el poder absoluto dando a entender lo contrario. Su cuerpo viajó desde Nola a Roma en una espectacular procesión y el día de su entierro todos los comercios de la ciudad cerraron para rendir homenaje a su princeps, su primer ciudadano. 

Epílogo de "Princeps", de Gabriel Castelló. Lectura recomendada.


Roma, a quince días de las Kalendas Februarii del año del séptimo consulado del imperator Caesar divi filius y tercero de M. Vipsanio Agripa…[1]

Gayo Octavio, aclamado como imperator por la plebe y sus colegas del Senado, salió de la recientemente reinaugurada Curia Julia mostrando una sonrisa espléndida. A pesar del vaho que exhalaba de su boca en aquella gélida mañana y de lo poco que le gustaba el frío, envuelto en tres túnicas y una gruesa toga de lana que le había confeccionado su hermana, estaba pletórico y lleno de energía. Aquella primera sesión del año había sido un nuevo cúmulo de elogios a su persona y obra. No era capaz de enumerar de memoria todos los títulos honoríficos que los honorables Padres Conscriptos le habían otorgado durante los tres arduos años que habían transcurrido desde que enterrase a Antonio y Cleopatra en aquel polvoriento lugar cerca de Alexandria, poniendo punto y final a un conflicto civil que había asolado la república durante casi veinte años. Ya en su siguiente consulado, junto a Sexto Apuleyo, el Senado le había concedido nuevos honores como el voto de Atenea, que decidía cualquier litigio a favor de quien lo emitía, o las gracias a los dioses en el día de su nacimiento y de la batalla definitiva contra Cleopatra. Desde la celebración de sus tres triunfos, en cada nueva sesión del Senado había cosechado más y más ovaciones, honores y prebendas. Tras dejar a su amigo y poeta Cornelio Galo como prefecto de la nueva provincia de Egipto en Alexandria, más esquilmándola que administrándola, había vuelto a Roma para cerrar las puertas del templo de Jano, abiertas mientras la república estuviese en guerra, hecho que había sucedido solo dos veces antes en toda la Historia de la Urbe.
Octavio bajó pausadamente la escalinata. Junto al nuevo estrado decorado con los espolones enemigos capturados en Actium le esperaba su colega de consulado, su incondicional cómplice Marco Agripa, rodeado de otros amigos y senadores como Mecenas, el príncipe Juba, Horacio, Virgilio y el astuto Lucio Planco, desde su afiliación a la causa uno de sus mayores aduladores. Casi al lado de ellos, entre las columnas del templo del divino Julio, su sobrino Marcelo y su hijastro Tiberio, dos adolescentes de mirada inquieta e inteligente, escuchaban atónitos los vítores que los ciudadanos y magistrados proferían al paso de aquel hombre rubio, seco y desgarbado que a sus treinta y seis años tenía toda la ecúmene a sus pies, desde los páramos de Media hasta las nieblas de Britannia…
¡Salve, César, divi filius! ―exclamó Planco enfáticamente nada más verlo aparecer―. ¡Hoy Roma reluce más que nunca!
Pues todavía ha de hacerlo más. De Alexandria no solo me traje una copa de oro para mi colección, sino la certeza de que el mármol perdura más que el ladrillo, y de mármol dejaré esta ciudad inmortal, embellecida con edificios y estatuas que perpetúen su grandeza hasta el fin de los tiempos…
El arte debería ser público para mayor gloria de la patria ―murmuró Agripa alzando la vista hacia el cielo raso.
E inmortal, como lo es la gesta de Troya… ―le replicó Octavio, girándose hacia su erudito preferido―. ¡Virgilio! Mi hermana no deja de preguntarme cada día… ¿Cómo llevas mi encargo?
Casi acabado, César ―le respondió sonriente el poeta―. Te va a encantar mi epopeya de Eneas… “Tú, romano, regir debes el mundo; esto, y paces dictar, te asigna el hado, humillando al soberbio, al iracundo, levantando al rendido, al desgraciado”.
Me gusta, querido, me gusta… ―le contestó Octavio pasándole la mano por su recia espalda―. Las piedras perduran, pero más perduran los mitos; acábalo pronto, pues mi hermana y yo estamos ansiosos de escucharte recitarlo.
Gayo, disculpa que te aborde con temas menos simbólicos, pero tenemos otro asunto enquistado que hay que resolver cuanto antes…
¿De qué se trata esta vez, Marco?
Los veteranos ―afirmó Agripa seriamente―. Entre tus tropas y las que proceden de Antonio todavía tenemos más de sesenta legiones ociosas y dispersas por todo el Mare Internum. Es un montante insostenible para nuestras arcas… y un peligro para el nuevo orden público. Hay que licenciar ya a los más veteranos y concederles nuevas tierras de labor.
Pero no en Italia, domine ―le susurró Epafrodito―. Todavía está fresco el recuerdo de las últimas confiscaciones.
De las que no saliste mal parado, tunante; gracias a ellas tienes tus nuevos almacenes repletos de grano en Ostia…
Tendremos que afincarlos fuera de Italia ―insinuó Agripa.
¿Sugerencias? ―intervino Mecenas; en su excesivo gusto por el lujo, iba tan acicalado como si fuese un comerciante sirio.
Obviamente, donde haya mucho espacio todavía por repartir: la Cisalpina podría ser un buen sitio, así como la Narbonense o las dos provincias hispanas ―apuntó el cónsul.
Prefiero la última opción ―afirmó Octavio―. Siempre he tenido el recelo de que Hispania siga siendo pompeyana. Si ubicamos algunas colonias de licenciados más por allí, tendremos a los nativos controlados y a muchos veteranos dispuestos a ayudarnos a la hora de culminar mis planes para esa nueva gran provincia que me ha sido asignada…
¿Qué planes, imperator? ―le preguntó Afranio.
La conquista de tu querida Hispania está incompleta, al igual que pasa con el Illyricum, Asia, Libia o Thracia. Pregúntales a Craso o a Carrinas y verás ―le contestó aquel cordialmente―. Tenemos muchos hombres de armas bien entrenados y dispuestos y unas fronteras tan difusas como las lindes de la Estigia. Reduciremos a menos de treinta esas legiones y licenciaremos al resto. Es el momento de darles un trabajo útil a la patria. Mientras Balbo el joven se encarga de eliminar a los molestos garamantes en el desierto de Libia, yo me dedicaré a esos salvajes cántabros en cuanto desembarque en Tarraco. Quiero dividir en tres provincias ese territorio, en vez de dos como está ahora, que se correspondan con la Lusitania y los valles del Betis y del Iberus. Esta última me la quedaré yo y dirigiré en persona las operaciones contra los bárbaros…
Mi primo y yo llevamos más de veinte años enrolados en las legiones. Mi madre todavía vive en la villa de mi tío Lucio en Dianium. Quizá haya llegado el momento de volver a casa.
A veces me acuerdo de él cuando tomo una copa de vino hispano, del que tanto le gustaba a esa zorra egipcia… ¿Dónde está ahora tu primo?
Sigue al mando de tus calagurritanos; es centurión en la XXII Deiotara acampada en Paretonium. Está esperando a que Balbo asuma el cargo de pretor de África para entrar en acción.
Veinte años… ―repitió para sí Octavio, mirando reflexivo el revoloteo de las palomas―. El mismo año que tomé la pretexta vosotros ya llevabais puesta una hamata… Estatilio Tauro volverá a Hispania en verano para preparar mi llegada este otoño. Le enviaremos un mensaje a tu primo. Iréis con Tauro; tienes mi venia para que podáis instalaros en la ciudad de vuestros ancestros. Tauro me dijo que tenía previsto realizar una deductio de sus veteranos en la nueva colonia del Alabus, bastante cerca de vuestras tierras. Seguro que hay algunos de sus hombres a los que les dará lo mismo asentarse cien millas más arriba o abajo. Además, cuando aplastemos definitivamente a esos cántabros habrá más veteranos que licenciar, así que sed previsores roturando, pues más colonos tendréis que alojar por aquellas buenas tierras.
César, alzaremos una nueva ciudad en el Turius donde nazcan nuevos ciudadanos dispuestos a hacer grande a la patria…
Solo una cosa más, Afranio; que a nadie de vuestra gens le pongan por nombre Marco. Déjaselo bien claro a tu primo. Ningún Antonio ha de llamarse así en el futuro… Jamás.
Gayo, deberías convertirte en rey…
¿Tú también, Mecenas? ―le respondió molesto―. No quiero saber nada de cetros, coronas o togas púrpuras; lo que debería hacer es devolver el poder al Senado del Pueblo de Roma, que es su genuino custodio.
“Depongo mi cargo en su totalidad y os devuelvo toda la autoridad: la autoridad sobre el Ejército, las leyes y las provincias; no solo sobre los territorios que me confiasteis, sino sobre los que más tarde gané para vosotros” ―declamó Planco, citando un fragmento del emotivo discurso que Octavio acababa de pronunciar desde su escaño en el Senado.
Así es… ―asintió Agripa―. Debería afianzarse su poder para reestablecer las instituciones de la república…
¡Dioses eternos! ―exclamó Mecenas indignado―. ¿Y dejar otra vez la patria en manos de quienes la abocaron a más de dos décadas de miseria, venganza y desvergüenza?
Por todos los genios, otra vez no; el caos no volverá a someter Roma mientras disfrutemos del nuevo Rómulo entre nosotros ―evocó Virgilio, sabiendo que aquel epíteto agradaba a su protector, aunque aquel prefiriese evitarlo para no soliviantar a los más acérrimos optimates.
Ningún título de los que te han otorgado hasta ahora hace juicio justo a tu piedad, virtud y clemencia, César ―prosiguió Planco, acaparando la atención de todos con un ampuloso gesto de sus manos―. ¿Princeps? Ser el primero entre iguales te realza entre todos nosotros, pero, aun así, se queda corto. Voy a proponerle a la cámara otro título que contemple mejor tu grandeza para que aúne en él toda la probidad, autoridad y dignidad que merece tu persona…
Déjate de retórica, Planco, que hace frío ―le cortó Octavio―. ¿Qué título es ese?
Uno que solo podrás compartir con el Gran Padre Júpiter, un nombre que describa por sí solo que estás por encima de cualquier condición humana, un nombre sagrado y venerable. ¡Desde hoy te llamarán imperator César Augusto![2]





[1] 16 de enero del 27 a. C.
[2] Aunque la república muriese mucho tiempo antes, quizá en las aguas revueltas de Accio, esta fecha marca el inicio del Imperio bajo el único e incontestable mando de Augusto, quien naciese como Gayo Octavio Turino y que se impuso al resto de competidores en la carrera hacia esa monarquía velada a la que estaba abocada a convertirse la Roma republicana desde la dictadura de Sila. L. Munacio Planco, habilidoso e intrigante senador, fue quien le sugirió a Octavio adoptar aquel nombre más religioso que político por el que ha pasado a la Historia, borrando de la memoria popular los años de terror en que rigió Roma a su antojo como G. Julio César Octaviano. M. Antonio sufrió una damnatio memoriae.

Restaurantes en la Antigua Roma, por Maribel Bofill.



La existencia de restaurantes tiene su origen en la antigua Roma pero con la caída del Imperio el negocio de la restauración desapareció y no volvió a darse hasta entrado el siglo XVIII. En el año de 1765, un francés de apellido Boulanger, puso en la puerta de su negocio de comida y bebida estas palabras: venite adme omnes qui stomacho laboratoriatis et ego restaurabo vos. ( Venid a mi todos aquellos cuyos estomagos clamen angustiado que yo los  restauraré.)

En la década de los 60 surgieron los primeros  Fast food en EEUU, pero este tipo de comida ya existia en época romana. El thermopolium

Los  restaurantes en Roma solían ser habituales. Eran un  tipo de locales donde se ofrecía comida y bebida.

Normalmente  estos establecimientos se localizaban junto a las principales vías de la ciudad y cerca de los edificios más representativos.



El término tabernae designaba, en la antigua Roma, a todo tipo de pequeños establecimientos comerciales  de usos varios, donde solían hacerse las compras diarias durante la mañana, la  thermopolia, cauponae, y popinae eran  establecimientos que  abrían sus puertas a partir del mediodía y cerraban los últimos.

Estas tabernae estaban completamente abiertas al exterior , unos batientes de madera permitían abrirlas por las mañanas y cerrarlas por las noches y tenían el espacio limitado para albergar un almacén, un taller de artesanía o un mostrador de tienda.

Generalmente, una escalera al final de la tabernae permitía el acceso a la vivienda del inquilino de la tienda, los guardas del almacén o los obreros del taller; esta vivienda  por lo general  consistía en una única estancia donde se dormía, cocinaba, trabajaba, etc.



Algunas  de  esas estancias eran considerados tugurios, verdaderos “antros” de vicio, impropios de las clases altas. Lo normal, según las fuentes clásicas, es que las familias que ocupaban este tipo de residencia compraran la comida, ya cocinada, en los muchos establecimientos que con tal fin existían en las ciudades romanas, evitándose así el riesgo de incendio en sus precarias casas.


 El THERMOPOLIUM

Se vendían alimentos en un mostrador y era donde los romanos solían acudir a beber vino. Era un  local de comida rápida muy de moda en el siglo I. Los romanos eran muy amantes de comer fuera y este tipo de locales eran ideales para este fin. El Imperio Romano estaba lleno de ellos y en Pompeya había 120.



En  Pompeya , uno de los más populares era el de Aselina.


Tenía un   mostrador en forma de L hacia la calle con unas hornacinas circulares que les permitían mantener los alimentos preparados bien fríos bien calientes.

Los clientes llegaban tomaban sus alimentos y los pagaban en el mostrador. Una vez pagados podían marcharse para comer en la calle o pasar al comedor, el triclinio, zona decorada con bellos frescos. Allí se reunían con tus amigos, charlaban y alternaban bebiendo vinos.


En  estas tabernas, se consumían los vinos, cultivados en las villas.. A veces se engañaba a los clientes echando demasiada agua al vino.  El vino que degustaban los asiduos de los thermopolium se servía caliente. También contaban con el viridarium, un jardín cerrado para disfrutar de la  comida o cena con vistas al exterior.


La comida típica del therrmopolium consistía en  garbanzos cocinados (la comida de los pobres), pan, queso, vino, nueces, dátiles, higos o la especialidad de la casa, una especie de bocadillo de queso al horno cubierto de miel (a los romanos les encantaba la comida agridulce).
El local se iluminaba con un candil de bronce colgado del techo, que tenía unas campanillas, para ahuyentar el mal de ojo. Apoyada en una base de obra había una escalera de madera, para subir al piso superior, donde estaban las habitaciones para los huéspedes, o para alquilar por horas.
Algunos albergues o mesones, ocultaban en la trastienda salones de juego clandestinos, ya que  el juego estaba prohibido.




LAS CAUPONAE


Eran pequeñas tabernas que tenían diversas finalidades. La principal era ofrecer comida rápida que permitía a los romanos comer alguna cosa, mientras disfrutaban de sus actividades cotidianas. Su oferta culinaria se centraba en comidas frías como chacinas o quesos siempre mojados con vino. Podías tomarlas allí, aunque siempre de pie en la barra porque no había sillas ni mesas. Eran lugares fijos para viajeros de paso y para llevar alimentos a calentar por los vecinos, ya que la majoria  no tenían  horno en casa. Pero junto a ello también eran conocidas por sus llamativas  camareras engalanadas que eran cortejadas por los clientes .La entrada  de mujeres a estos locales, estaba terminantemente prohibida. Además de poder comer, se podían dejas  los caballos ya que tenían establos.



En las cauponae más completas incluso disponían de un servicio de taller de reparaciones y  también se ofrecía la posibilidad de dormir.

Estas Cauponae eran lugares de reunión de la gente del pueblo, no estaba nada bien visto que un notable comiese en ellas. De hecho, el poder imperial  mantuvo una pequeña guerra de cuatro siglos de duración contra las tabernas a fin de impedirles que sirvieran también de restaurantes o Thermopolium, ya que era más moral comer en casa.


El poder imperial, intentó por todos los medios que este tipo de tabernas no ofrecieran alimentos, ya que estas reuniones parecían molestar al poder político. En cierta forma, es posible ver en este tipo de reuniones el caldo de cultivo para futuras revueltas o protestas.


Explica el historiador Suetonio que, en épocas del emperador Tiberio (años 14-37), los ediles recibieron órdenes expresas suyas para prohibir la venta de alimentos.




POPINAE


Popinae fue un tipo de bar de vinos generalmente frecuentado por las clases más bajas y los esclavos, estaban amuebladas de forma sencilla con taburetes y mesas.
Estos  lugares proporcionaron comida, bebida   sexo y  juegos de azar. 

Debido a que se asociaron con los juegos de azar y la prostitución, la popinae fue vista por los romanos respetables como lugares de la delincuencia y  violencia.


A pesar de que los juegos de azar con dados era ilegal, parece partir de la gran cantidad de dados encontrar en ciudades como Pompeya que la mayoría de las personas ignoran esta ley. 

La  legislación relativa al juego censuraba la costumbre de las apuestas (sponsiones), en los juegos de azar y castigaba a los jugadores. Las sanciones no afectaban al propietario del local quien, sin embargo, no tenía derecho a reclamar a los jugadores los posibles daños ocasionados por las peleas que, en ocasiones, daban al traste con la partida.

Tanto las cauponae y popinae como los thermopolii estaban considerados como verdaderos tugurios por lo que ningún notable de la ciudad debía dejarse ver.

El  mantenimiento de prostitutas estaba aún peor visto que el juego, por lo que los propietarios, aun arriesgándose a los destrozos ocasionados por los jugadores, a los que tenían que hacer frente, preferían resguardar su imagen y evitar equipararse a los prostíbulos que, por otra parte, sufrían una restricción horaria que no afectaba a estos establecimientos.





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Fuentes:

Historia antigua Roma
Catherine Salles Los bajos fondos de la Antigüedad (Barcelona, 1983).



Maribel Bofill.