A
lo largo de la antigüedad clásica muchas armas se hicieron famosas por dominar
durante un tiempo los campos de batalla, como las sarisas macedonias, empleadas por los ejércitos de Filipo y
Alejandro, o por lo terribles que eran usadas en las manos adecuadas, como la falcata íbera. Sin embargo, todas ellas
quedaron eclipsadas por un arma que estuvo llamada a controlar tierras tan
dispares como las brumas de Britania o los desiertos de Partia, dominando
durante muchos siglos los gigantescos territorios controlados por Roma. Y ese
arma no es otra que el archiconocido gladio
o gladius.
En la época romana el
término gladius se utilizaba para
designar comúnmente a las espadas, pero hoy día ha evolucionado hasta designar
únicamente al tipo de espada utilizada por las legiones romanas. Catalogada
como la mejor espada que nunca se haya fabricado y atendiendo a sus capacidades
tácticas y al número de víctimas que causó en su historia, se podría decir sin
temor a equivocarnos que el gladio fue
capaz de conquistar un imperio.
El
origen de la célebre espada romana hay que buscarlo en las armas que portaban
los guerreros íberos que combatían a las órdenes de Aníbal contra las legiones
de la República. Los romanos eran muy prácticos y no dudaban en copiar aquéllas
cosas que podían serles de utilidad. De los barcos cartagineses desarrollaron
sus propias flotas y un sinfín de dioses llenaban su panteón, algunos propios y
otros “adoptados” como suyos. En el ámbito militar hicieron lo mismo, por
ejemplo, la jabalina romana por antonomasia, el pilum, fue copiado y adaptado de un anterior diseño etrusco. Con el
gladio pasaría igual. Fue durante las
guerras púnicas cuando los legionarios se toparon con que los íberos empuñaban
unas armas de una calidad excepcional y que causaban estragos en las filas
romanas. Las heridas eran tales que sentían terror a enfrentarse a los íberos. ¿Por
qué los romanos no podían utilizar esas mismas armas contra sus enemigos? Había
varios tipos de espada íbera, entre ellas un arma corta y con la empuñadura con
forma de antenas, que fue la que los romanos usaron como modelo para
desarrollar su gladio.
Hoy
en día se conocen distintas variaciones del arma, y todas ellas descienden del
original gladius hispaniensis, cuya
hoja se estrechaba ligeramente en el centro.
Un
gladio puramente romano, como la
versión conocida como pompeii, tenía
una hoja de doble filo y una longitud de unos 50-60cm y una anchura de unos
cinco centímetros. La empuñadura de madera solía tener una pequeña pieza de
metal en la unión con la hoja para evitar que un golpe enemigo atravesase la
madera. El mango se adaptaba a la forma de los dedos y el pomo servía para
evitar que la espada saliese despedida de la mano del legionario al golpear
fuertemente. El gladio estaba
fabricado con materiales de excelente calidad, era un arma más pesada que sus
antecesoras, pero mucho más eficaz.
Esta
espada se adaptaba perfectamente al modo romano de combatir. Su tamaño y
versatilidad la convertían en el arma idónea de todo legionario. Protegidos por
sus escudos formando un muro impenetrable del que asomaban las puntas de los gladios, los legionarios sabían
perfectamente en qué zona del cuerpo de sus enemigos debían clavar las espadas
para causar la muerte. La precisión de los romanos y la mortalidad del gladio ha permitido identificar en
algunos restos humanos encontrados, qué enemigos fueron abatidos por las armas
legionarias y cuáles no. A pesar de ser una espada pensada para el ataque
frontal, para apuñalar al rival, también era válida en el combate de corte.
Con
la decadencia del Imperio, el gladio
perdió su puesto hegemónico, junto con el pilum,
y ambas armas fueron sustituidas por una espada más larga, la spatha,
usada antes sólo por la caballería, en el caso del primero, y una sencilla
lanza, en el caso del segundo.
Sin
embargo, la espada por excelencia de las legiones romanas, ha sido siempre el gladio y así ha llegado hasta nuestros
días.
Lectura recomendada sobre el gladius hispaniensis:
http://www.celtiberia.net/es/biblioteca/?id=1021
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